Elegí el cuento "la cabeza de mi padre" de Alberto Laiseca porque al terminar de leerlo quede paralizada por unos minutos, tan así que cuando intenté seguir leyendo otros cuentos, no pude concentrarme de lo perpleja que me había dejado este texto.
El texto es claro desde el comienzo. Unas de las primeras oraciones son "no sé porque hice lo que hice..." , "yo no estoy loco..." dando a entender, junto al título, que algo sucedió con el padre y que el culpable fue él, generando una leve intriga de qué sucedió (que es predecible, pero hasta el final solo es una hipótesis), cómo sucedió, y lo más importante, para mi parecer, el por qué.
Logrando así, que el lector continúe la lectura con el fin de responder dichas preguntas.
Si tuviera que utilizar algún recurso de este cuento, claramente utilizaría la intriga y suspenso que Laiseca aplicó en este texto. A mi parecer, este es un recurso muy inteligente que posibilita que el lector no se aburra y decida dejar el texto.
A continuación dejo el cuento:
La cabeza de mi padre, cuento de Alberto Laiseca
¿Por qué estoy aquí? Yo no
sé por qué estoy aquí, ni quién es toda esta gente, no puedo entender nada, el
personal directivo está vestido de blanco, nosotros con piyamas grises, sé
perfectamente que esto es un manicomio, pero no es mi lugar, yo no estoy loco.
Ahora, en verdad no sé por qué hice lo que hice, pero eso no quiere decir que
esté loco. Lo quería mucho a mi padre, creo que mejor padre no puede tener un
hijo que el que yo tuve, era como un gigante de cinco metros de altura, un
genio, como un Dios, por tener el padre que tenía era realmente privilegiado,
privilegiado…
Vivíamos juntos,
yo solo con papá, desde que murió mamá cuando era muy chico, él me daba
consejos, muy buenos consejos, era un verdadero padre, daba muy buenos
consejos, lástima que yo no podía seguir ni uno, él por ejemplo me decía pero
con justa razón:
-¡Oye infeliz!,
ya es hora de que estudies o trabajes que ya tienes 20 años, que no puedes
seguir viviendo a costillas de tu padre toda la vida.
Tenía razón
papá, tenía toda la razón.
-¡Oye!, otros
chavales andan detrás de las chavalas, pero no tú, tú te quedas acá todo el
día, así nunca me vas a dar un nieto, ya tienes 20 años, eres grande.
Él tenía razón,
papá siempre tenía razón, era un genio, todo, todo sabía, yo le quería decir a
la muchacha, no me animaba a decírselo, pero cómo voy a hacer para acercármele,
hay que conmoverlas, yo no sé cómo conmover a una mujer, si tú a una mujer no
la conmueves nunca va a andar contigo por más joven y lindo que seas, y qué las
voy a conmover yo que soy un yeso, así, todo apretado, duro, siempre mirando a
las chavalas con ojos de huevo frito, si soy un infeliz, les tengo miedo,
¿ustedes no se sienten inseguros?, ¿no? Yo sí, toda la vida.
Papá hacía la
comida, era muy buen cocinero, yo no sé ni preparar un huevo frito, yo quise
aprender cuando era chico, pero papá se reía de mí y me decía:
-¡Eeeh!, ¡esto
no es pa’ ti! La cocina es una cosa de artistas, tú no tienes talento pa’ esto,
anda, anda, ¡ve y lava los platos!
Eso sí, les voy
a decir una cosa eh, soy muy buen carpintero, porque buen carpintero sí que
soy, muy buen carpintero. En casa, en mis ratos libres, que eran los más, pues
hacía mesitas, juguetes, sillas y todo muy perfecto, eso lo enojaba mucho a
papá, decía:
-¡Tú sí eres
bueno pa’ hacer pamplinas!, ya que eres bueno pa’ hacer pamplinas, ¿por qué no
te empleas en una carpintería? Así traerías un poco de dinero a casa, ¡pero
no!, a ti ni se te ocurre, ¡ni se te ocurre!
Yo me reía
porque es algo que me pasa cuando me dan consejos y yo ya había pensado en
emplearme en una carpintería, pero bastó que papá me dijese que me empleara en
una carpintería para que se me fuesen las ganas, jaja, no sé por qué soy así,
se me fueron las ganas.
Yo soy un
misterio, incluso para mí mismo, un misterio muy aburrido la verdad, pero
misterio al fin, no sé por qué hice lo que hice, pero no estoy loco. Fue ahí
donde empecé a pensar en la ballesta, ¿ustedes saben qué es una ballesta? Sirve
para tirar flechas, es como un fusil pero sin pólvora, tira flechas con más precisión
y más fuerza que un arco.
Yo así en un
paseíto que di, vi en una armería que había una ballesta, entré, le pedí al
dueño que me la mostrara, la tuve en mis manos y en seguida comprendí el
mecanismo, me fui a casa y ahí me fabriqué yo una, con maderas y bronce, soy
muy buen carpintero. La probaba en el patio, a 10 metros la agarraba a
tiros, entonces como siempre todos los días estábamos igual, a comer y después
de comer, yo hacía como que me iba a mi cuarto para hacer cosas y él protestaba
que “¡ah!, éste que no lava los platos en seguida después de comer, siempre
dejando las cosas a lo último”, estaba refunfuñando mi apá y yo volvía a punta
de pie a mi cuarto y le apuntaba con la ballesta, no le iba a tirar, ¿cómo le
voy a tirar a mi padre?, ¡pues no!, a mi padre no le voy a tirar, pero me
excitaba apuntarle a la cabeza con una flecha puesta, ¿cómo le iba a tirar?
Hasta que una
tarde, fue un día igual que cualquier otro, él me daba más y mejores consejos
que nunca, y no sé por qué le dio por hablar de la Dolores, me dijo:
-¡Oye!, a ti la Dolores te mira mucho,
¿qué esperás para ir y enamorarla?, así me darías un nieto.
La Dolores es una muchacha de acá a
la vuelta, es a la que a mí me hubiera gustado acercármele, claro que hubiera
tenido hijos con ella, entonces, francamente cuando me dijo eso, ahí se me
fueron las ganas de comer, le dije a papá que no tenía más hambre y me fui a mi
cuarto y volví con la ballesta, como otras veces él estaba rezongando como
siempre:
-¡Eh!, este que
no lava los cacharros en seguida después de comer, siempre dejando las cosas
pa’ lo último.
Estaba
refunfuñando papá, y ahí sí apreté el gatillo, la flecha que tenía puntas de
plomo pues yo les hice puntas de plomo, le entró en la nuca y cayó al piso sin
ningún gemido, con convulsión… convulsión… no lo podía creer, yo creí que papá
iba a vivir para siempre porque un hombre tan alto de cinco metros de altura,
una mísera flecha no le puede hacer nada a papá, ¡pues no!, le entró como si
fuera una bala.
Me acerqué y vi
que todavía estaba vivo, entonces le tiré otras cuatro flechas más en la
cabeza, la primera no, la primera sentí una especie de odio y amor, o yo qué sé
y no sé por qué, pero las otras cuatro no, las otras cuatro sí lo hice por
caridad, por piedad, para que no sufra, para que no sufra, claro.
Entonces
me di cuenta que algo no estaba bien, me fui a mi cuarto y traje una almohada,
le quité la flecha de la nuca que era la primera, la que había traído tol
incordio, y lo puse a reposar, las otras 4 flechas no se las saqué, tenía como
una corona de espinas, y es lo lógico porque para un padre tener un hijo como
yo era una verdadera cruz, ¡eso es cierto!, por eso me sorprendió lo que me
preguntó la policía, que por qué había hecho una cosa tan rara de sacarle la
flecha de atrás y ponerlo boca arriba, pues para que repose, para que esté
tranquilo, para que esté más cómodo, para eso lo hice.
Ya hace 10 años
que me han traído a este lugar, y no comprendo por qué, la verdad, yo siempre
quise a mi padre, me daba tan buenos consejos. La cabeza de mi padre, siempre
admiré a la cabeza de mi padre, el centro de todo su poder, la cabeza de un
genio, la cabeza de un rey, la cabeza de un Dios.
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